El cerebro humano, el más complejo de nuestros órganos, está compuesto aproximadamente en 60% por grasa. Al nacimiento, pesa cerca de 600g pero alrededor de los 2 años ya pesará casi 1400g, prácticamente el tamaño de un cerebro adulto. La grasa necesaria para ese importante crecimiento provendrá de su dieta, lo cual significa que una parte muy importante de lo que un niño coma durante esos primeros años formará parte de su cerebro.
No todas las grasas son iguales, por cierto. Conocemos el colesterol, peligroso en concentraciones altas en la sangre pero esencial para numerosas funciones del cuerpo. También hemos escuchado acerca de los triglicéridos, la grasa que más comúnmente forma parte de los alimentos y que a su vez está formada de ácidos grasos. Estos ácidos grasos pueden ser pequeños, medianos o grandes de acuerdo con el número de átomos de carbono que contienen, pero también pueden tener diferentes propiedades según la forma en que se unen dichos átomos. Esa es justamente una de las características que hace que ciertos ácidos grasos sean especiales e incluso que sea indispensable consumirlos, porque nuestras células no son capaces ni de fabricarlos de cero ni tampoco de transformar otros ácidos grasos para formarlos. Los más notables de estos son los llamados ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga, conocidos también como ácidos grasos esenciales omega 3, 6 y 9.
Las neuronas no están solas en el sistema nervioso central, las acompaña un andamiaje de varios tipos de células llamadas en conjunto glía. Una parte de la grasa que conforma el cerebro es sintetizada por la glía, justo a partir de la transformación de ciertos tipos de grasa que comúnmente circulan en la sangre. Esto es necesario tanto para formar conexiones nuevas como para darle mantenimiento a las ya existentes. Pero la glía no puede sintetizar todos los tipos de grasa que necesita; los omega, por ejemplo, deben obtenerse de la dieta. Al analizar el tejido cerebral, los omegas se encuentran principalmente en las membranas neuronales y en el aislamiento de sus axones, en un compuesto llamado mielina. De una forma simple se puede entender que los axones son los “cables” de las neuronas mientras que la mielina es el “aislamiento” que lo recubre para evitar cortos circuitos. Así, esta grasa es sumamente importante para el funcionamiento correcto del cerebro y que las señales lleguen de forma correcta a donde deben [1].
Si no hay suficientes ácidos grasos omega en la sangre, ese aislamiento puede volverse de mala calidad y el funcionamiento de las neuronas puede ser inadecuado. En modelos animales se ha observado que si no se administrr este tipo de ácidos grasos, aunque el total de grasas sea igual, existe un menor desarrollo neuronal y cognitivo, es decir, menor capacidad para realizar ciertas tareas o para aprender. En bebés, estudios realizados durante los años 90 compararon a aquellos alimentados con leche materna (rica en ácidos grasos esenciales) contra las fórmulas lácteas existentes en ese momento, y se encontró que aquellos alimentados con fórmula presentaban menor retención (memoria) y realizaban más tarde sus logros psicomotores como gatear, hablar y caminar. Esto llevó a que a partir de finales de los años 90 muchas fórmulas incluyeran ácidos grasos esenciales como DHA y ARA en su fabricación [2].
En seres humanos es más complejo demostrar causa-efecto entre el consumo de omegas y el comportamiento, pero algunos estudios han mostrado cierta relación. Uno de los aspectos en los que hay un creciente interés es en la prevención y manejo de alteraciones del comportamiento como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y los trastornos del espectro autista. Ambos se caracterizan por presentar alteraciones en la funcionalidad neuronal limita o impide su funcionalidad en sociedad. Distintos ensayos clínicos han buscado probar mejoría en síntomas de estos trastornos al suplementar a los niños con DHA, y han encontrado evidencia modesta de mejoría, aunque su efecto parece ser mucho más importante para prevenirlo, es decir, el consumo de DHA y otros omega-3 por la madre desde la concepción y por el bebé en etapas tempranas parece disminuir el riesgo de desarrollar dichos trastornos [3].
Pero no sólo se trata de prevenir o tratar enfermedades, sino de lograr un potencial pleno, ayudar a que los niños mejoren sus capacidades cognitivas y de aprendizaje. Un estudio llamado Dolab que hasta la fecha se llevado a lo largo de casi una década en el Reino Unido ha buscado relacionar dos cosas: bajos niveles de ácidos grasos esenciales en sangre con bajo desempeño escolar y cognitivo [4], y una mejoría de dicho desempeño al suplementar con DHA [5] con resultados interesantes y que sugieren una relación importante. Incluso hay datos que sugieren que la calidad de sueño puede mejorar en niños en quienes, además de mejorar los hábitos alrededor del periodo en el que se van a dormir, se suplementan con DHA [6].
Afortunadamente, además de los alimentos que naturalmente contienen DHA como pescados y mariscos, cada vez aumenta el número de alimentos en el mercado que lo incluyen como enriquecimiento e incluso de suplementos multivitamínico que lo incluyen. Incrementar el consumo de este ácido graso esencial desde la concepción, durante la lactancia y en la infancia puede ayudar a prevenir alteraciones y mejorar sus capacidades. En el siguiente artículo hablaremos acerca de cómo leer etiquetas para buscar estos nutrimentos.