Un tema recurrente en medios y en conversaciones cotidianas es la eficacia de las vacunas, dependiendo de la que nos haya tocado a los que hemos tenido la fortuna de ya haber recibido nuestra respectiva o respectivas dosis. Debido a los datos disponibles en casi cualquier medio acerca de eficacia, hay vacunas que parecen funcionar mejor que otras y las hacen más deseables. Sin embargo, eso es sólo parte de la historia.
Para explicarte de qué hablamos, brevemente diferenciemos entre eficacia y otro término llamado efectividad. La eficacia mide qué tan bien funciona una vacuna en situaciones ideales, es decir, en un ensayo clínico en el que decenas de investigadores tratan de tener control sobre la mayor parte de las cosas que pueden variar: el tiempo que pasa entre dos dosis de la vacuna, que la vacuna se mantenga a la temperatura ideal, que las personas a quienes se les aplica mantengan medidas de distanciamiento, entre otras.
Sin embargo, fuera de los ensayos clínicos existe el mundo real en el que no todo está bajo control estricto: Las personas no siempre se aplican la vacuna en el tiempo que corresponde, no todos se cuidan de no infectarse, entre muchas otras cosas que pueden variar. A esto se le llama efectividad, es decir, qué tan bien funciona una vacuna en la vida real.
Muchas otras cosas pueden variar cuando se evalúa una vacuna, cientos de factores de hecho. Pero uno muy importante, que solemos pasar por alto y sobre el que tenemos control es nuestro estado de nutrición. Solemos pensar en suplementarnos con vitaminas y minerales para no resfriarnos en invierno y para ello buscamos suplementos o alimentos enriquecidos.
Esto tiene sentido, existe evidencia y hay recomendaciones de entidades de muchos tipos (Organizaciones médicas y agencias gubernamentales, entre otras) que recomiendan la suplementación con vitaminas A, B6, B9, B12, C y D, así como zinc, selenio, hierro y cobre, para que el sistema inmune funcione adecuadamente [1]. Desde hace al menos 20 años se sabe, por ejemplo, que suplementar con vitamina A mejora la efectividad de la vacuna que protege de sarampión en niños[2]. Actualmente se considera probable que mejorar los niveles de vitamina D pueda mejorar la respuesta ante la vacuna que protege de SARS-CoV-2 a nivel teórico[3], aunque aún no hay estudios que lo avalen.
Suplementar o consumir micronutrimentos en forma de multivitamínicos o de alimentos enriquecidos para mejorar la actividad del sistema inmune tiene sentido, pero no solemos pensar en mejorar la respuesta del sistema inmune después de la vacunación. Sin embargo, mejorar las cantidades de dichas vitaminas y minerales por si mismos ha mostrado mejorar moderadamente la acción del sistema inmune [4].
De esta forma, al mejorar nuestra alimentación y nuestro estado nutricional, nosotros mismos podemos mejorar la efectividad de la vacuna.
1. Gombart, A.F., A. Pierre, and S. Maggini, A Review of Micronutrients and the Immune System-Working in Harmony to Reduce the Risk of Infection. Nutrients, 2020. 12(1).
2. Benn, C.S., et al., Randomised trial of effect of vitamin A supplementation on antibody response to measles vaccine in Guinea-Bissau, west Africa. Lancet, 1997. 350(9071): p. 101-5.
3. Inserra, F., et al., Vitamin D supplementation: An alternative to enhance the effectiveness of vaccines against SARS-CoV-2? Vaccine, 2021. 39(35): p. 4930-4931.
4. Calder, P.C., Nutrition and immunity: lessons for COVID-19. Eur J Clin Nutr, 2021.